De las cosas que más disfruto al enseñar es ver los rostros de las mujeres a las que estoy hablando. Me fascina ver en ellas expresiones de asombro cuando el Espíritu Santo les ilumina la Palabra, o cuando sus rostros muestran cierta aflicción porque veo como el Espíritu las redarguye. Pero debo confesar que hay un goce especial en mí cuando veo a una mujer escuchando atentamente, procesando cuidadosamente lo que escucha y formulando preguntas en su interior. Casi puedo escuchar esas expresiones. Algunas de ellas se acercan a mí al finalizar la reunión, comparten conmigo sus preguntas y ambas somos bendecidas grandemente al profundizar en la Palabra.
Esto nunca falta cuando enseño sobre la sumisión bíblica. Surgen muchas preguntas, y para ser honesta, yo también hice cientos de preguntas a la Escritura sobre este tema. En este artículo recopilo las conclusiones a las que pudimos llegar al cuestionarnos sobre lo que es y lo que no es la sumisión bíblica.
La sumisión no es ser inferior
Creo que la principal razón por la que rechazamos la sumisión es que pensamos que la sumisión es una afirmación de que la mujer es inferior al hombre. Esto no puede estar más alejado del corazón de Dios. Génesis nos muestra que, a diferencia del resto de la creación, ambos —mujeres y hombres— fuimos creados por Dios, hechos a Su imagen y semejanza, y dados la misión de multiplicarnos y sojuzgar la tierra. ¡Esta es suficiente razón para eliminar la idea de que somos inferiores!
El simple hecho de que Dios haya portado Su imagen en nosotras nos hace igualmente valiosas y dignas que el hombre. La sumisión no tiene que ver con valor, sino con orden y roles que el Señor ordenó en Su gran sabiduría y amor, para mostrar un poco de Su gloria a la creación.
Uno de los mayores argumentos contra el pensamiento de que la sumisión es símbolo de inferioridad es ver el ejercicio de Dios en Su trinidad. Cristo, la imagen exacta y visible del Dios invisible, se sometió al Padre, y el Espíritu Santo se sometió al Hijo y al Padre. Sabemos que los tres son Dios; ni Cristo, ni el Padre, ni el Espíritu es superior o inferior. Los tres son iguales en divinidad, gloria, atributos, y gran valor, pero distintos en roles.
Creo que esto es suficiente evidencia para descartar la idea de que la sumisión es una afirmación de ser inferior.
La sumisión no es no opinar
Tendemos a pensar que una mujer sumisa es aquella que no tiene voz ni voto. Se usa la palabra sumisa de manera despectiva para representar a mujeres sin convicciones, opiniones, ni aspiraciones. Pero hermanas, esto no es verdad. Las cartas apostólicas nos invitan a ser mujeres firmes en nuestras convicciones, los Salmos nos enseñan a ser sinceras en nuestras emociones, y Proverbios nos muestra cómo se ven las mujeres sabias y consejeras. Ester nos enseña que las mujeres podemos ser prudentes mientras somos insistentes, y Ana nos muestra que Dios pone en nosotras deseos y decisiones santas que podemos llevar delante de nuestros esposos.
Ser una mujer sumisa no es carecer de opinión, consejo, ni convicción. Podemos llevar todo esto delante de nuestros esposos y autoridades con una actitud de respeto y amor, descansando en que el Señor obra en ellos y en nosotras, evidenciando así un corazón sujeto y confiado al de Cristo.
La sumisión no es hacer todo lo que te piden
Empecé esta serie de artículos hablando de la sumisión a Cristo (La Sumisión: El yugo de Cristo) principalmente por dos razones: primero porque las bendiciones de estar sujetas a Cristo es lo que capacita nuestra sujeción a los demás, y después porque, antes que todo, estamos sujetas a Cristo.
No hay autoridad más importante en nuestra vida, ni lealtad más debida que la que debemos a nuestro Señor Jesucristo. Esto quiere decir que la sujeción a nuestros esposos y autoridades tienen una cláusula: no comprometer mi sujeción a Cristo.
Si nuestros esposos nos pidieran hacer algo ilegal, inmoral o ilícito, somos libres de negarnos, y de hecho, tenemos el deber de hacerlo, porque eso no agrada a nuestro Señor. Aún en esos casos podemos mostrar un carácter piadoso y honroso, negándonos con palabras sazonadas de gracia e invitando a nuestros esposos al arrepentimiento y fe en Cristo. Debemos orar para que Dios nos ayude a estar firmes en Él, para que Dios sea misericordioso con nuestros esposos, para que se arrepientan y para que Dios los guarde. Sin embargo, si hay consecuencias por su pecado —aún de manera legal— no peques, podría ser una disciplina del Señor, descansa en que Dios sigue obrando y reinando.
Es sumamente importante depender del Espíritu Santo y conocer la voluntad de nuestro Dios en Su Palabra, para así poder discernir entre lo que es aceptable y lo que no delante de Él.
La sumisión no es abuso
Relacionado a los puntos anteriores, la sumisión no es abuso. Si tu esposo o autoridad abusa de su posición pidiéndote cosas desagradables delante del Señor, o tratándote como objeto sin dignidad y respeto, busca ayuda con hermanos maduros en la fe, y si es necesario, ayuda legal. Al Señor le importa tu integridad física, le importa tu corazón y tu mente. Él no aprueba ninguna clase de abuso.
Hablando del matrimonio, el Señor lo instituyó para reflejar la hermosura de la unidad entre Cristo y Su iglesia. Como vimos en el artículo anterior, (La sumisión: El matrimonio) las instrucciones de Efesios 5 nos dan un retrato del amor de Dios por Su pueblo, y del amor de Su pueblo por su Dios. Tristemente, por el pecado, muchas veces vemos ese cuadro distorsionado. Vemos un cuadro alejado completamente del diseño de Dios, representando lo opuesto a la intención de Dios: la fealdad, los dolores y maldiciones de estar separado de Cristo.
Si ésta es tu situación quiero decirte que tengo la convicción de que Dios puede transformar aún el peor de los matrimonios en uno de los más bellos cuadros del evangelio, lo he visto de cerca. ¡Hay esperanza en Cristo! Sin embargo hermana, es importante decir que en ningún escenario es aceptable el abuso. El abuso deshonra a la creación de Dios, por ende, deshonra a Dios. Por favor no creas la mentira de que una mujer sumisa debe permitir el abuso a su persona, a sus hijos, o a cualquier otra persona. Recuerda que Dios ama al vulnerable, ama la verdad, ama el justo juicio y aborrece la injusticia. Dios instituyó a las autoridades para protección y a la iglesia para velar por los pequeños, si sufres de abuso por favor acude a los medios de gracia que Dios nos da.
La sumisión no es estar de acuerdo en todo
Ya vimos que la sumisión no es hacer todo lo que te piden que vaya en contra de la voluntad de Dios, pero quizá te preguntes qué pasa cuando no estas de acuerdo con tu esposo dentro de los límites bíblicos.
Como vimos, podemos dar nuestra opinión y ayudar a reflexionar a nuestros esposos para tomar la mejor decisión, recuerda que somos su ayuda idónea. Pero, ¿qué pasa si aún así no cambia su parecer? ¿Qué hacer cuando tu esposo toma una decisión que no va en contra de la Palabra de Dios pero que quizá preferirías que fuera diferente?
Aquí es donde ejercitamos la sujeción. Nos sujetamos quietamente confiando en el Señor, humildemente sabiendo que podemos equivocarnos, mansamente sabiendo que nuestros esposos se pueden equivocar, y confiadamente sabiendo que el Señor es soberano.
La sumisión no es estar de acuerdo en todo, sino confiar en Dios en todo. Esto quiere decir que no necesitas estar en absoluto acuerdo para estar sujeta a tu esposo, más bien necesitas recordar que Dios está en Su trono en absoluto poder en todo momento.
La sumisión no es no tener dones
La sumisión no es no tener dones. Quizá te parezca algo raro este punto pero créeme cuando te digo que he escuchado comentarios en donde se menosprecia a una mujer activa en el ministerio. Hay una idea extraña en donde se cree que el hombre es el que tiene llamado, dones y talentos, y la mujer es la que exclusivamente tiene que cuidar de los niños y del hogar. Pero no es difícil notar lo débil que es esta postura ante la Palabra. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están llenos de mujeres que sirvieron al Pueblo de Dios. Mujeres llenas de dones y talentos que usaron para edificar a la iglesia y para dar gloria a Dios.
Pablo se tomó el tiempo de honrar y agradecer en sus cartas a muchas mujeres que sirvieron fielmente, y aún Jesús mismo estuvo rodeado de mujeres piadosas a lo largo de todo su ministerio. Si bien, la mujer no debe descuidar su primer ministerio, es decir su hogar, tampoco debe desestimar sus deberes con su iglesia local. Somos un cuerpo en Cristo, miembros los unos de los otros, sirviéndonos mutuamente y doliéndonos cuando un miembro no hace su función.
Quizá alguna mujer tiene el don de enseñanza, mientras que su marido tiene el don de servicio. Esto no quiere decir que la mujer no esté sujeta a su esposo, pero tampoco quiere decir que lo esté. Los dones son un regalo de Dios para nuestra edificación mutua, todos son valiosos e importantes. Por eso debemos de alegrarnos de que nuestros hermanos tengan dones distintos a los nuestros, pues así nos vamos edificando hasta la medida del varón perfecto (ver 1 Pedro 4:10).
Mujeres, podemos ejercer los diferentes dones que Dios nos dio con un corazón sujeto a Cristo, a nuestros esposos, y a los pastores de la Iglesia. Una mujer sumisa no es la que no tiene dones, sino la que presenta con humildad los dones que Dios le da para bendecir primeramente a su hogar, y después a su iglesia local.
La sumisión no es perder tu personalidad
¿Alguna vez has visto alguna de esas películas antiguas en donde las mujeres dan una apariencia de feminidad impecable? ¿Has pensado que parecen muñecas en serie? ¡Es casi como si fueran robots!
Creo que en ocasiones pensamos de la sumisión de esta manera. Creemos que al rendirnos a Cristo y abrazar la sujeción tenemos que vernos como muñecas en serie. Pensamos; “debo dejar de reírme de esta manera”, “debo ser más seria como mi hermana Panchita”, “debo tener una voz más aguda”, “debo dejar mi gusto por los deportes”, etc… Hemos estereotipado en asuntos sumamente superficiales lo que es una mujer sujeta, olvidando la inimaginable creatividad y sabiduría de Dios.
Hermanas, Dios nos hizo diferentes y eso es hermoso. Algunas aman el rosa, algunas otras el azul. Algunas jugaron con muñecas, otras jugamos con instrumentos musicales. La personalidad de algunas es como el verano en esplendor, la de otras como las tardes de otoño. Y con todas nuestras diferencias, expresiones, gustos y personalidades, podemos dar gloria a Dios en sujeción. Esto porque la sujeción no es una personalidad, sino una postura del corazón.
La sumisión no es castigo
Por último, la sumisión no es un castigo. La sumisión no es asunto de la caída, es asunto de diseño. Lo vemos desde el Edén. Algunos creen que el juicio de Génesis 3 enseña que la sumisión es parte del castigo por el pecado de Adán y Eva, pero debemos entender que la caída no causó la sumisión, sino el pesar en lo que Dios diseñó para disfrute.
La buena noticia es que en Cristo podemos gozar desde ahora la hermosura de la sujeción. Podemos comprobar la bendición de sujetarnos a Cristo y a nuestros esposos. ¡Es hermosa la protección y el cuidado que Dios da a la mujer al poner a un hombre como responsable de ella! Entendiendo el rol de la autoridad desde la perspectiva bíblica de servicio y protección, es fácil asombrarnos ante tal gracia de Dios para nosotras.
Como dije anteriormente, debido al pecado hay muchos retratos distorsionados de lo que Dios diseñó para bien. Pero aún en la imperfección de nuestros esposos, vemos el cuidado de Dios a través de ellos. Y en Cristo, tenemos la certeza de que el Señor irá perfeccionando el retrato de nuestro matrimonio para Su gloria y nuestro bien.