Todavía me acuerdo de la mañana que desperté siendo esposada para ser internada en un centro de rehabilitación. Al abrir mis ojos sabía exactamente la razón por la que estaban ahí y comencé a llorar. Una semana antes, desesperada, había subido al techo de mi casa con intención de ponerle un fin a mi vida, al estar en el techo comencé a llorar, elevando una oración por primera vez le pedí a Dios que, si existía por favor tomara control de mi vida, reconociendo que no podía continuar yo sola.
Una semana después me despertaron unos hombres con la intención de esposarme e internarme en un centro de rehabilitación. El primer día me dieron una libreta con el título “libreta espiritual.” Agarré una pluma y le escribí una carta a Dios. Le escribí una página entera llena de reclamos, entre muchos preguntándole que por que me había puesto en ese lugar si yo ya estaba dispuesta a cambiar. Me sentía traicionada. Dos días después llegaron unas personas a predicarme el evangelio y entendí que no podría cambiar mi vida en mis fuerzas, sino que el sacrificio de Cristo en la cruz podía cambiar completamente mi corazón.
Antes de que Cristo me encontrara, pasé mucho tiempo buscando llenar un vacío dentro de mí. Esta debilidad que cargaba conmigo por todos lados era como una pieza de rompecabezas que me tenía incompleta y hueca. Vagué por el mundo intentando buscar la pieza que me faltaba. Fue como si hubiera abierto el catálogo del mundo y me pusiera a llenar mi carrito con los placeres que ofrecía, esperando encontrar cuál era el que me faltaba. Llegó mi orden, y comencé a probarla con el anhelo de que ese hueco llegara a su fin.
En el momento no sabía que era exactamente lo que me faltaba. Solo había una sed insaciable que me dejaba vagando por el mundo sintiendo que esto no era todo lo que podía haber en esta vida. Algo dentro de mi clamaba por poder llenar ese eco que se escuchaba después de cada latido de mi corazón. Era como si cada latido que proclamara la vida que surgía por mis venas, fuera acompañado por una notita que me recordara que algo en mi seguía muerto. Probé llenar el vacío con seguidores de redes sociales, veía los números que subían de mil en mil, y al final, me dejó aún más hueca que antes. No encontré la aceptación que buscaba aun entre todos los mensajes de admiración que me llegaron, tampoco encontré el amor que buscaba sin importar cuantos corazones eran presionados en mi perfil. Termine sintiéndome aún peor.
Entonces agarré el siguiente placer que había ordenado del catálogo; me envolví en drogas y substancias. Pensé que, si me anestesiaba un poco podría callar la necesidad de buscar llenar ese vacío, pero ocurrió totalmente lo opuesto. La voz se volvió más fuerte; si antes era un susurro, empezó a gritar, y si antes era una pieza, ahora era todo un hoyo que me estaba debilitando más y más. Desesperada, tomé el siguiente artículo que había ordenado del catálogo: las relaciones amorosas. Empecé a buscar llenar ese vacío con distracciones momentáneas, con personas que solo me empujaron más y más al precipicio de la desesperación. Ahí fue donde el último empujón que necesitaba se me presentó al ver que cualquier cosa que pidiera de ese catálogo me dejaría insatisfecha, vacía, y aún más quebrantada de lo que había imaginado. Fue ahí cuando abandoné cualquier idea de esperanza y salté de ese precipicio completamente envuelta en depresión y ansiedad.
Hace algunos días estaba pensando en qué le hubiera dicho a esa María desesperada, en lo que me hubiera gustado escuchar en aquel entonces. Pensé en el libro de Eclesiastés, en el que Salomón, en sus últimos años de vida después de haber sido desilusionado empezó a buscar paz fuera de Dios. Probó todos los afanes que esta vida ofrece: dinero, placer, popularidad, entre otros ofrecimientos del mundo, pero todo lo dejó aún más desilusionado. Y después de 12 capítulos en los que lo acompañamos a través de esta búsqueda, él concluye diciendo “teme a Dios y obedece sus mandatos porque ese es el deber que tenemos todos” (Eclesiastés 12:13). La conclusión de un hombre después de probar todos los placeres de esta vida intentando encontrarle un propósito fue: cualquier manera de buscar satisfacción, plenitud, valor, aceptación o amor fuera de Dios, te dejará insatisfecho.
La verdadera respuesta a lo que yo andaba buscando y lo que realmente necesitaba se encuentra en la persona de Jesús. El propósito de nuestra vida y lo que realmente le da sentido a ella es glorificar a Dios.
Aún estando en Cristo y habiendo puesto nuestra confianza en su obra tendemos a olvidarnos de esto. Quitamos nuestros ojos de la cruz, y es ahí cuando empezamos a batallar con un nuevo catálogo, que, aunque parezca más santo, es igual de dañino que el primero. Empezamos a hacer un nuevo carrito, y en esta orden la llenamos de artículos envueltos en papel bonito y llamativo, que en esencia su contenido es el mismo que el anterior. Esta vez agregamos a nuestro carrito la autosuficiencia, la aceptación social, la vanidad servicial. Tal vez no sean estos los artículos que agarramos, pero son los síntomas que empezamos a exhibir.
Yo pensaba que, al tener a Cristo en mi vida, todo sería perfecto y que nunca volvería a batallar con mi más grande aguijón, la depresión. Pero muchas veces me he encontrado como Pablo, clamando a Dios que me la quite y como a Pablo, Dios contestó: “Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Y he entendido que esa debilidad mía es la que me mantiene consciente y alerta de que mi dependencia más grande es de la cruz. La aceptación que buscamos siempre será hueca si nos olvidamos de que ya somos aceptados por medio de esa cruz. El amor que buscamos siempre será insuficiente si lo buscamos fuera de quien es amor. Nuestra identidad siempre será vacía si la intentamos definir fuera de la que ya nos fue otorgada por precio de sangre, sangre inocente y perfecta. Ahora, nuestra identidad es de pecadores arrepentidos. Nuestra identidad es de hijos de Dios.
Estas batallas con vacíos tienen la misma respuesta: mirar a la cruz. Dios nos perfecciona en nuestra debilidad; Dios trabaja a través del quebranto; Dios nos hace más a la imagen de Jesús por medio del Espíritu Santo al acudir a Él una y otra vez clamando: “Padre, soy débil, he vuelto a quitar mis ojos de ti, perdóname Señor.” Y el Padre nos recibe con brazos abiertos, como Jesús los extendió al ser clavado en una cruz para que puedas tener acceso a ese abrazo.
Debemos analizar nuestros corazones constantemente. Si empezamos a sentirnos vacíos, es porque nos hemos olvidado de la fuente de agua viva. Nos hemos enfocado en otras fuentes, y hemos dejado a un lado la única fuente que nunca nos dejará sedientos otra vez. Nunca es demasiado tarde para clamar al Padre y pedir misericordia. Hay gracia, hoy, al igual que mañana. En este momento somos amados, lo más que Dios nos amará, ya que Su amor no depende de nosotros, sino de su bondad. Somos aceptados lo más que seremos aceptados, ya que no fuimos aceptos por nuestros méritos, sino por el sacrificio de Cristo. Él lo dijo y lo creemos. Él habló y lo recibimos. Volvamos nuestra mirada a quien nos llama. Él conoce nuestros nombres. Él conoce nuestras luchas, y no le asusta nuestra debilidad. La batalla ya fue ganada. Cristo venció. Si nos enfocamos simplemente en Él, todo lo demás caerá en su lugar. Quitando nuestros ojos de nosotros y enfocándolos en Él. Como dijo John Piper: “Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él.”
No les puedo decir que no tropezarán en este caminar con el Señor. No les diré que desde que he sido consciente de esta realidad espiritual nunca he vuelto a quitar mi mirada de Cristo ya que les estaría mintiendo. Lo que si les puedo asegurar es que tenemos un Dios que no se cansa de quitarnos mentiras de nuestros corazones.
Tenemos un Dios que nos invita una y otra vez a humillarnos y reconciliarnos con Él. El Buen Pastor que se goza más por un pecador arrepentido que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento. Entendiendo esto mi oración diaria es “Señor, necesito que me ayudes a amarte. Enamórame Señor, cautiva mi corazón otra vez.”
Cada día vuelvo a elevar esa primera oración que hice en el techo de mi casa, declarando mi incompetencia, y dependiendo de Aquél que nos amó hasta la muerte. No hay tiniebla demasiado oscura en la que la luz de Su sacrificio no pueda brillar. Como el mismo Jesús nos dijo “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.” (Juan 15:9) Ese versículo siempre me recuerda que no hay razón por la cual no acercarme con confianza ante el trono de la gracia. Jesús nos ama como el Padre lo ama a Él; ¡Un amor perfecto! Un amor que no se asusta por nuestra debilidad, no se asusta por nuestra necedad, no se asusta por nuestra inconsistencia. “Bástate en mi gracia.” Eso es todo lo que necesitamos. Eso es todo lo que nos corresponde. Jesús no murió para que vivamos una vida de esclavitud. Jesús no murió para que tengamos más cargas. Jesús murió para tener una relación con nosotros. Ese vacío que estamos buscando llenar, se encuentra en Él. Satisfácete en Dios. Busca más de Él. ¡Jesús es la perla de gran precio, es el tesoro más grande!
Wow deseo que el Espiritú Santo te siga inspirando .
Este mensaje fue una bendición para mi vida , muchas gracias.